miércoles, 16 de mayo de 2018

AMOR: en busca de su definición.


AMOR: en busca de su definición.
Joaquín Benito Vallejo


Amar al otro no es querer al otro para mí.  
Amar al otro es quererle para sí mismo, para él.
Para que él, el otro, se potencie como ser.
Como ser distinto a mí, con sus propias características, 
particularidades y distinciones, ajenas a las mías.
Amar al otro, es posibilitarle ser él mismo, distinto a mí, 
con  necesidades distintas a las mías.

Querer es ante todo un acto de volición, un acto de voluntad

 propio. 

No es un instinto, ni un capricho, ni un gusto, 

ni una necesidad, ni una pasión arrebatadora. 

Querer es un acto de voluntad, de consciencia, 

de decisión, de madurez, de racionalidad.


-En latín, el verbo “volo” significa querer, y de ahí deriva 

la palabra voluntad.-


La voluntad es una potencialidad humana al nacer, que la educación, 

el desarrollo y la madurez han de convertir en una realidad.


Es querer y poder hacer.

Una potencia que ha de ser cultivada permanentemente 

para que se manifieste como una realidad.


Si querer puede significar desear y más allá, poseer, 
por el contrario, amar no puede ser concebido de tal manera.

Amar no puede ser en ningún caso, apropiarse del otro
ni hacer del otro lo que yo quiero, 
sino darse al otro, darse a él, para posibilitarle ser, 
no querer al otro para mí mismo, no poseerlo.
Si yo quiero al otro no puede ser en el sentido de desearlo 
ni de poseerlo.

El único significado válido sería querer al otro, 
en el sentido de desear que sea él mismo, 
que se tenga a sí mismo, que se haga a sí mismo.
  
Que sea independiente y libre, distinto a mí, 
según el desarrollo de sus potencialidades.

Y como consecuencia ayudarle a ser, a tenerse, a desarrollarse.  

Estar a su disposición en este sentido es darse a él.

Y en este sentido, querer al otro o desearlo, 
es querer o desear que esté conmigo por su compañía y por su ser.  
Pero sin obligarlo, ni poseerlo.

(Muchas personas –madres- pueden estar de acuerdo
 teóricamente con esto, pero ¿qué hacen en la práctica? 
¿Potencian de verdad en sus hijos, la realización libre de sus potencialidades, sin ejercer la posesión?)

Amar no es buscar en el otro lo que nos falta a nosotros mismos, 
no es pedir ni rogar, es dar. 

Amor es dar-se, proteger, cuidar, respetar, es estar dispuesto,
disponible, involucrarse, comprometerse en el desarrollo 
y la libertad del otro, reafirmar al otro como Ser, 
como dice la haptonomía.

El amor implica en 1º lugar el reconocimiento del otro como ser
único, intransferible, independiente, libre.

Que no lo puedo usar para mi propio antojo, 
que no lo puedo utilizar para mi conveniencia.
Que no puedo hacer de él lo que yo quiera.
Que no puedo hacerle a mi imagen y semejanza.
Que no puedo hacer de él un clon o una fotocopia mía.
Que no puedo querer que sea mi sueño, mi ilusión, mi juguete, 
lo que yo deseé para mí, o lo que yo no pude ser.
Que no puede ser lo que está en mi cabeza.

Por lo tanto, que no utilizo el chantaje con él, ni la seducción, 
ni la manipulación, ni el engaño, ni la mentira, 
con la excusa de que es en su propio bien, 
sea un hijo, un padre, un amigo, un amante u otra persona cualquiera.

El amor se basa en concebir al otro como un sujeto libre e
independiente, no como un objeto o cosa a mi servicio, 
en cualquier caso, general o particular.

El amor no se refiere a que los demás estén a nuestro servicio 
y nuestro propio beneficio, sino al contrario, 
amar es ponerse al servicio de los demás.

Ello entonces implica una serie de deberes y obligaciones 
más que de derechos.
Estos –los derechos- deben estar en correlación con los deberes.
En realidad, conlleva un cuidado y un respeto mutuo.
Y este cuidado y respeto, implica acciones para que se cumpla,
acciones como son la responsabilidad y el compromiso permanentes.

El amor debe ser dirigido más concretamente a las personas que más lo 
necesitan; niños, ancianos, enfermos, discapacitados, personas con 
necesidades especiales, moribundos, etc.
A los hijos, familiares, amigos o personas en general,  
profesores, alumnos, pacientes…

De manera especial y preponderante se refiere a las relaciones de padres
 a hijos pequeños, de parejas entre sí, de hijos a padres mayores, 
de médicos a pacientes, de profesores a alumnos, 
hacia enfermos, moribundos, y personas con necesidades especiales.

Y, por lo tanto, debe dedicarse también a inmigrantes, 
desplazados por guerras o hambres.
El amor no reconoce fronteras, ni patrias, ni razas.

Debe dedicarse también a personas que sufren injusticias, acosos, 
tratas, esclavismos, violaciones y los mil modos existentes y camuflados
de manipulación y de explotación de mujeres, niños, trabajadores, 
olvidados de la tierra.

La concepción del amor no se dirige a la posesión  de una o unas
 personas determinadas  sino a su respeto, su protección y su cuidado.
  
El amor a los otros, su cuidado y protección con respeto, 
responsabilidad y compromiso se basa en el amor a la vida y 
a la naturaleza, y conlleva el amor a toda la humanidad, 
-como nos dice E. Fromm- incluso de las especies animales 
y vegetales, el respeto y cuidado de la naturaleza o medio ambiente que
 nos ha dado la vida y del que formamos parte.

El respeto y cuidado de todo lo que nos rodea y que forma parte 
de nuestro medio de interrelación entre unos y otros.

Podemos definir el amor como una unión, vínculo, ligazón o afecto, de unos con otros, de origen innato a la vez que cultivado, necesario en primer lugar para crecer y llegar a ser humanos y en general, para vivir y desarrollarnos mejor, sanos, felices, íntegros, independientes.

Esta predefinición nos lleva e implica estar disponibles para los demás, ser responsables, comprometidos unos con otros.

Dicha exposición si se considera cierta, nos confiere unos “derechos” que implican a su vez otros “deberes” los cuales están entrelazados y entretejidos unos con otros.

El amor implica como derecho incontestable fundamental del ser humano: el derecho a su reconocimiento, por la consolidación racional de su existencia y por la confirmación afectiva de su ser desde la concepción, nos dice la haptonomía. 

Las cuestiones de la felicidad humana, de la tolerancia de las diferencias, y de la facultad de desarrollar plenamente la matriz de su ser con todo su potencial creativo, de las condiciones de la responsabilidad y del placer en los encuentros interhumanos se sitúan en el centro del amor verdadero, y de las preocupaciones de la haptonomía,

Esa unión o vínculo llamado amor, establece un estado interno de seguridad de base, vital para el ser,  a través de contactos de proximidad tranquilizadora y de confirmación afectiva, que con el trato afectuoso reafirma al otro en su ser” nos vuelve a decir la Haptonomía.

Esta seguridad de base mediante el contacto y la proximidad puede verse claramente en el niño, pero también en el anciano, o en el enfermo de una cierta gravedad y en el moribundo, en la persona desprotegida, frágil o débil. Es la seguridad y el cuidado del que habla la teoría del apego y que puede observarse también en los animales –no solo mamíferos, sino aves también- manifestándose en que las crías se mantienen cerca de los padres, como una necesidad de protección innata, y se cobijan en ellos cuando lo necesitan.

Adquirir una seguridad de base invita y lleva a la autonomía, la comunicación y la confianza. 

El desarrollo afectivo es por esta relación confirmante, fundamental y determinante para llegar a ser una persona autónoma.

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